Nuestra aptitud para ver constelaciones de estrellas distantes entre sí y por lo general muertas se vuelca en otras áreas de nuestra vida sensible. Agrupamos en una misma cartografía imaginaria hitos geográficos disímiles, hechos históricos aislados, personas cuyo solo punto común es un idioma o un cumpleaños compartido. Creamos así circunstancias cuya explicación puede ser encontrada solamente en la astrología o la quiromancia, y a partir de estos embrujos intentamos responder a viejas preguntas metafísicas sobre el azar y la fortuna. El hecho de que las fechas de William Shakespeare y Miguel de Cervantes casi coincidan hace que no solo asociemos a estos dos personajes singulares en obligatorias celebraciones oficiales, sino que busquemos en estos seres tan diferentes una identidad compartida. Desde un punto de vista histórico, sus realidades fueron notoriamente distintas. La Inglaterra de Shakespeare transitó entre la autoridad de Isabel y la de Jaime, la primera de ambiciones imperiales y la segunda de preocupaciones sobre todo internas, calidades reflejadas en obras como Hamlet y Julio César por una parte, y en Macbeth y El rey Lear por otra. El teatro era un arte menoscabado en Inglaterra: cuando Shakespeare murió, después de haber escrito algunas de las obras que ahora universalmente consideramos imprescindibles para nuestra imaginación, no hubo ceremonias oficiales en Stratford-upon-Avon, ninguno de sus contemporáneos europeos escribió su elegía en su honor, y nadie en Inglaterra propuso que fuese sepultado en la abadía de Westminster, donde yacían los escritores célebres como Spencer y Chaucer. Shakespeare era (según cuenta su casi contemporáneo John Aubrey) hijo de un carnicero y de adolescente le gustaba recitar poemas ante los azorados matarifes. Fue actor, empresario teatral, recaudador de impuestos (como Cervantes) y no sabemos con certeza si alguna vez viajó al extranjero. La primera traducción de una de sus obras apareció en Alemania en 1762, casi siglo y medio después de su muerte. Cervantes vivió en una España que extendía su autoridad en la parte del Nuevo Mundo que le había sido otorgado por el Tratado de Tordesillas, con la cruz y la espada, degollando un “infinito número de ánimas,” dice el padre Las Casas, para “henchirse de riquezas en muy breves días y subir a estados muy altos y sin proporción de sus personas” con “la insaciable codicia y ambición que han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo”. Por medio de sucesivas expulsiones de judíos y árabes, y luego de conversos, España había querido inventarse una identidad cristiana pura, negando la realidad de sus raíces entrelazadas. En tales circunstancias, el Quijote resulta un acto subversivo, con la entrega de la autoría de lo que será la obra cumbre de la literatura española a un moro, Cide Hamete, y con el testimonio del morisco Ricote denunciando la infamia de las medidas de expulsión. Miguel de Cervantes (nos dice él mismo) “fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo. Perdió en la batalla de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa”. Tuvo comisiones en Andalucía, fue recaudador de impuestos (como Shakespeare), padeció cárcel en Sevilla, fue miembro de la Congregación de Esclavos del Santísimo Sacramento y más tarde novicio de la Orden Tercera. Su Quijote lo hizo tan famoso que cuando escribió la segunda parte pudo decir al bachiller Carrasco, y sin exageración, “que tengo para mí que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de tal historia; si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso; y aún hay fama que se está imprimiendo en Amberes, y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca”. La lengua de Shakespeare había llegado a su punto más alto. Confluencia de lenguas germánicas y latinas, el riquísimo vocabulario del inglés del siglo XVI permitió a Shakespeare una extensión sonora y una profundidad epistemológica asombrosas. Cuando Macbeth declara que su mano ensangrentada “teñiría de carmesí el mar multitudinario, volviendo lo verde rojo” (“the multitudinous seas incarnadine / Making the green one red”), los lentos epítetos multisilábicos latinos son contrapuestos a los bruscos y contundentes monosílabos sajones, resaltando la brutalidad del acto. Instrumento de la Reforma, la lengua inglesa fue sometida a un escrutinio severo por los censores. En 1667, en la Historia de la Royal Society of London, el obispo Sprat advirtió de los seductores peligros que ofrecían los extravagantes laberintos del barroco y recomendó volver a la primitiva pureza y brevedad del lenguaje, “cuando los hombres comunicaban un cierto número de cosas en un número igual de palabras”. A pesar de los magníficos ejemplos de barroco inglés —sir Thomas Browne, Robert Burton, el mismo Shakespeare, por supuesto—, la Iglesia anglicana prescribía exactitud y concisión que permitiría a los elegidos el entendimiento de la Verdad Revelada, tal como lo había hecho el equipo de traductores de la Biblia por orden del rey Jaime. Shakespeare, sin embargo, logró ser milagrosamente barroco y exacto, expansivo y escrupuloso al mismo tiempo. La acumulación de metáforas, la profusión de adjetivos, los cambios de vocabulario y de tono profundizan y no diluyen el sentido de sus versos. El quizás demasiado famoso monólogo de Hamlet sería imposible en español puesto que este exige elegir entre ser y estar. En seis monosílabos ingleses el Príncipe de Dinamarca define la preocupación esencial de todo ser humano consciente; Calderón, en cambio, requiere 30 versos españoles para decir la misma cosa. El español de Cervantes es despreocupado, generoso, derrochón. Le importa más lo que cuenta que cómo lo cuenta, y menos cómo lo cuenta que el puro placer de hilvanar palabras. Frase tras frase, párrafo tras párrafo, es en fluir de las palabras que recorremos los caminos de su España polvorienta y difícil, y seguimos las violentas aventuras del héroe justiciero, y reconocemos a los personajes vivos de Don Quijote y Sancho. Las inspiradas y sentidas declaraciones del primero y las vulgares y no menos sentidas palabras del segundo cobran vigor dramático en el torrente verbal que las arrastra. De manera esencial, la máquina literaria entera del Quijote es más verosímil, más comprensible, más vigorosa que cualquiera de sus partes. Las citas cervantinas extraídas de su contexto parecen casi banales; la obra completa es quizás la mejor novela jamás escrita, y la más original. Si queremos dejarnos llevar por nuestro impulso asociativo, podemos considerar a estos dos escritores como opuestos o complementarios. Podemos verlos a la luz (o a la sombra) de la Reforma uno, de la Contrarreforma el otro. Podemos verlos el uno como maestro de un género popular de poco prestigio y el otro como maestro de un género popular prestigioso. Podemos verlos como iguales, artistas ambos tratando de emplear los medios a su disposición para crear obras iluminadas y geniales, sin saber que eran iluminadas y geniales. Shakespeare nunca reunió los textos de sus obras teatrales (la tarea estuvo a cargo de su amigo Ben Jonson) y Cervantes estuvo convencido de que su fama dependería de su Viaje del Parnaso y del Persiles y Sigismunda. ¿Se conocieron, estos dos monstruos? Podemos sospechar que Shakespeare tuvo noticias del Quijote y que lo leyó o leyó al menos el episodio de Cardenio que luego convirtió en una pieza hoy perdida: Roger Chartier ha investigado detalladamente esta tentadora hipótesis. Probablemente no, pero si lo hicieron, es posible que ni Cervantes ni Shakespeare reconociese en el otro a una estrella de importancia universal, o que simplemente no admitiese otro cuerpo celeste de igual intensidad y tamaño en su órbita. Cuando Joyce y Proust se encontraron, intercambiaron tres o cuatro banalidades, Joyce quejándose de sus dolores de cabeza y Proust de sus dolores de estómago. Quizás con Shakespeare y Cervantes hubiese ocurrido algo similar.
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Eduardo Arroyo es escritor, además de pintor. Ahora, a un año de cumplir los 80, publica Bambalinas (Galaxia Gutenberg), una autobiografía enmascarada, pues trata de su vida en relación con las máscaras que ha adoptado. La máscara oculta el miedo. Y a él, de su país, ahora le da miedo todo. Aquí lo explica. Pregunta. ¿Qué pasa cuando nos quitamos la máscara? Respuesta. Es cuando verdaderamente atemorizamos. Nos quitamos la máscara y aullamos. Es lo que protegía la libertad en Carnaval para poder hacer cosas extraordinarias, sobre todo de índole amorosa. En un baile de máscaras se le acerca una mujer enmascarada a Balzac y le pone en la mano una bolsa con monedas, se las regala. Es bellísimo. Ella no se atrevía a darle el dinero, esperó a Carnaval y se enmascaró. Con la banalización de hoy en día todo el mundo está enmascarado Miguel de Cervantes Saavedra, que, con el tiempo, llegaría a ser considerado como uno de los escritores más influyentes de la cultura occidental, vivió durante los Siglos de Oro como uno más de los cientos de escritores que intentaban medrar en una corte, Madrid, que era el centro del mundo por aquel entonces. Desde la perspectiva actual, desde la del monumento de mármol y de las estatuas de bronce en tantas plazas y museos, desde el triunfo del mito Cervantes como “genio creador”, “regocijo de las musas”, es difícil entender que sepamos tan poco de Miguel de Cervantes hombre, que no se llevara casi un registro diario de su vida. Y esta falta de noticias reales, de documentación, es la que ha permitido ir creando toda una serie de leyendas y de mitos alrededor de su persona; ha puesto las bases para el triunfo del Cervantes personaje, que el propio autor complutense comenzó a forjar con decenas de referencias dentro de sus obras. 1. ¿Conocemos realmente algo de la vida de Miguel de Cervantes? ¿Es cierto que sabemos bien poco de la vida de Cervantes? ¿Cómo podemos afirmarlo cuando los repertorios de documentos alrededor de su persona y de su familia suman más de 1500 entradas? De Miguel de Cervantes, como de la mayoría de los escritores de los Siglos de Oro que no fueron nobles o eclesiásticos, solo conocemos su partida de bautismo (nació en Alcalá de Henares), los documentos legales de transacciones económicas (cobro de la soldada, poderes para realizar actividades, contratos de alquiler, documentación relacionada con su puesto de cobrador de impuestos en Andalucía…), y todos aquellos que tienen que ver con su vida literaria (contratos de escritura de comedias, peticiones de aprobaciones y privilegios, poderes para litigar contra ediciones piratas…), el libro de difuntos... y poco más. En cambio, de Cervantes sabemos mucho (o bastante) de su participación en la batalla de Lepanto (octubre de 1571) aunque estuviera en ella como un soldado raso, así como de su vida heroica y ejemplar durante los cinco años que estuvo en Argel. ¿De dónde proceden estas noticias? De dos informaciones que conocemos con los títulos de Información de Madrid e Información de Argel, que fueron escritos, respectivamente, por el padre y por el propio Miguel. En las informaciones, un notario da fe de lo que han declarado varios testigos al formulario de preguntas que se ha entregado previamente. El testigo, elegido por el propio impulsador de la información, tan solo ratifica y añade algún detalle más sobre lo preguntado. Las informaciones siempre tienen la finalidad de apoyar alguna petición de quien las promueve. Siempre se ofrece una imagen ideal. Por este motivo, algunos investigadores defienden que la Información de Argel, escrita en septiembre de 1580, es la primera “ficción narrativa” escrita por Cervantes. 2. ¿Quiso realmente Miguel de Cervantes ser escritor? ¿Soñó o luchó, como otros escritores de la época, en poder vivir de lo que era capaz de escribir, estrenar o imprimir, como, por ejemplo, Lope de Vega o William Shakespeare? El mito de Miguel de Cervantes como “genio creador”, el que triunfa a partir del siglo XVIII, ha distorsionado el modo de conocer y acercarnos a su obra, escrita a lo largo de toda una vida, pero publicada, en su casi totalidad, en sus últimos años. ¿Con qué finalidad o con qué finalidades se acercó Cervantes a la literatura? En Cervantes, al margen de los primeros poemas de circunstancias escritos cuando contaba 20 y 21 años y difundidos en los actos madrileños para celebrar el nacimiento de la princesa Micaela (1567) o para llorar la muerte de la reina Isabel de Valois (1568), o de la epístola que le envía al secretario Mateo Vázquez desde Argel en 1577, podemos distinguir dos momentos literarios bien diferenciados. Un primer momento literario, que se extiende más allá de treinta años, va desde La Galatea (publicada en 1585, pero ya muy avanzada en 1582) al primer Quijote (1605), en que también conseguirá un cierto renombre como dramaturgo y como romancista. Y un segundo, de tan solo tres años, en que ultima y publica la mayor parte de las obras que había escrito en los años anteriores: desde las Novelas ejemplares (1613) al segundo Quijote (1615), al que habría que añadir el Persiles, publicado en 1617, un año después de su muerte. En el primero de estos momentos, la literatura se concibe como un instrumento, ya sea para conseguir el prestigio que le permita obtener la “merced” que anhela desde su vuelta del cautiverio en 1580 (ocupar uno de los puestos vacantes en la administración de América), o ya sea como un medio de obtener un beneficio económico inmediato (el contrato con autores de comedias para escribir comedias; o el contrato con Francisco de Robles para escribir un libro de caballerías, el primer Quijote). Este momento es el que más le vincula con otras decenas de escritores magníficos que viven también dentro y fuera de Madrid en estos años, los conocidos como Siglos de Oro. Será el segundo momento, la “vida en papel” de sus últimos años, donde Cervantes va a volcarse en un proyecto literario que no tiene tanto la pretensión de conseguir un beneficio en su tiempo como de proyectarse en el futuro… Un proyecto editorial que toca todos los géneros, en que quería dejar huella: por un lado, la novela, comenzando como su “tabla de trucos”, las Novelas ejemplares, su verdadero muestrario de genialidades; y terminando por la novela bizantina El Persiles, la forma más culta y prestigiosa de novelar del momento; por otro, la poesía narrativa (Viaje del Parnaso) y la poesía dramática (Comedias); y por último, el teatro (los Entremeses). Este momento es el que le hace único… aunque será en la frontera de los dos, en la mezcla de ambos gracias a las dos partes del Quijote, donde se pondrán las bases de su genialidad, de aquello que le hace único en relación al resto de los escritores de su tiempo. Este proyecto editorial, que debería completarse con la segunda parte de La Galatea, un poema épico como el Bernardo, o las Semanas del Jardín, como anuncia en los prólogos y dedicatorias de sus obras, tuvo que ser interrumpido en 1614 para dar fin a la segunda parte del Quijote, después de la aparición del Quijote apócrifo firmada por Alonso Fernández de Avellaneda. ¡Curiosidades del destino! La obra que estaba fuera del proyecto es la que le ha dado, al final, la fama de “escritor genial”, “regocijo de las musas”. 3. ¿Hasta qué punto el personaje Cervantes es más real que el hombre Cervantes? El Quijote triunfó por toda Europa como un particular libro de caballerías a lo largo y ancho del siglo XVII. En el XVIII, la obra comienza a transitar nuevas lecturas, hasta imponerse la lectura seria que lo interpreta como una sátira moral en la Inglaterra que está buscando nuevos modelos de narrativa; y así hasta llegar a las cientos de traducciones a casi 150 variedades lingüísticas desde 1612 (inglés) hasta nuestros días. De la mano del Quijote, Cervantes se va alzando como un personaje que tiene que estar a la altura de la grandeza del mito que no deja de conquistar espacios, lectores y definiciones académicas. La iconografía de Doré en 1863 impone un imaginario quijotesco que, en más de una ocasión, se confunde con el cervantino. La representación de la muerte les iguala: el uno redactando su testamento, el otro escribiendo su carta dedicatoria al conde de Lemos… ¿Es más real Miguel de Cervantes, el personaje Miguel de Cervantes que Don Quijote de La Mancha, un estallido de voluntad creado por ese otro personaje genial que es Alonso Quijano el Bueno, a su vez, confundido con su creación? ¿Muere Alonso Quijano en su lugar de La Mancha o es Don Quijote, ya imposible de arrancarse la máscara genial de su personaje, el que nos abandona al final de la segunda parte? ¿Es Cervantes quien muere en la calle Francos el 22 de abril de 1616, o quizás Cervantes, como personaje, sigue vivo en tantas historias y leyendas como se han ido escribiendo de él, dada la falta de datos sobre su persona? ¿Dónde están los límites entre la ficción y la realidad? ¿Qué es real en la vida de Cervantes, que es invención? ¿Hasta qué punto la invención no termina por convertirse en un dato biográfico más cuando se recuerda, cuando se escribe, cuando se interpreta? El hombre Miguel de Cervantes es como la arena. Se nos escapa de las manos cuando le queremos limitar a una única interpretación. Su vida es compleja porque es una vida de voluntades y de construcción. “Yo sé quien soy” gritará Don Quijote al final del capítulo 5 de la primera parte. Y Miguel de Cervantes también lo sabía, o creía que lo sabía, o parece que creía que lo sabía a lo largo de su vida… Ahora, a los 400 años de su muerte ha llegado el momento de preguntarnos: ¿Y qué sabemos nosotros? Los libreros han vivido siete años bajo un aire apocalíptico, asediados por las noticias sobre el cierre constante de establecimientos frente a la competencia imparable de la venta online y el auge de los nuevos soportes electrónicos. Pero 2015 ha levantado el ánimo del gremio en España: por primera vez desde 2008, el número de librerías ha crecido, unas 200 más que el año anterior, según los primeros datos recogidos por la Confederación de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL). Pese a que la venta global de libros siguió cayendo —un 6% menos en el último cuatrimestre de 2015 con respecto al mismo periodo de 2014— la eclosión de decenas de pequeños comercios independientes ha permitido al sector remontar el vuelo y abandonar el catastrofismo. Las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) y los estudios de la CEGAL venían ofreciendo desde que estalló la crisis económica una evolución terrorífica: entre 2008 y 2014, cerró casi la mitad de los puntos de venta de libros en España, que pasaron de unos 7.000 —los datos exactos varían según las fuentes estadísticas— a más de 3.600. El de 2014 fue un ejercicio especialmente duro ya que, según un estudio encargado por la CEGAL, se clausuraron 912 establecimientos. Comunidades como Cataluña perdieron en un año casi el 30% de sus lugares de venta de libros. El sector ha tratado de relativizar esas cifras, ya que se contabilizan puntos de venta, no estrictamente librerías, pero la tendencia era innegable. Las buenas noticias han llegado por fin en 2015. A falta de que la CEGAL complete los datos del Mapa de Librerías que ha venido realizando desde 2013, su presidente, Juancho Pons, anticipa que se ha registrado un aumento de unas 200 durante el año recién concluido. Por lo menos dos generaciones de lectores recordarán la noche de 1987 cuando el conductor del telediario con mayor audiencia en México se puso a leer al aire el primer párrafo de la novela Noticias del Imperio. Millones de mexicanos escuchaban de pronto noticias de un delirio decimonónico, en vez de las acostumbradas locuras con las que languidecía la primera revolución del siglo XX. Para muchos lectores era la primera vez que se apuntaban el nombre de Fernando del Paso como lectura obligatoria, que al día siguiente se reflejó en las ventas (que a la fecha no han decrecido). Para otros, Del Paso ya había sonado campanas y ladridos desde 1966 cuando publicó su primera novela, José Trigo (1966). Del Paso como un continente que habrá que recorrer andando es un paisaje que inaugura su lectura con poesía: su primer libro, Sonetos de lo diario (1958), es un poemario que se ha multiplicado en círculos concéntricos (De la A a la Z, de 1988; Paleta de diez colores, de 1990; Castillos en el aire, de 2002; PoeMar, de 2004, e incluso La muerte se va a Granada, que es teatro en verso) como extensiones en verso de eso que los profesionales de la crítica definen de acuerdo al silogismo de Auden—La poesía ocurre— y el poeta Del Paso lo encuentra en el surrealismo cotidiano, en las minucias enormes, en lo fugitivo que permanece como pinceladas al óleo sobre la inmensa tela de un continente a veces aislado. Hablamos de un escritor que pinta o de un pintor que escribe, no siempre con el lectorio en aplauso inmediato o la crítica con vientos a favor, sino a contracorriente, estertor siempre llamativo y desconcertante. Por algo también es el primer Premio Cervantes que comparte vestuario con Mick Jagger: gafas naranjas sobre un terciopelo rojo y mitones que en inglés son mittens que riman con Dickens, como muchos de los personajes que se salieron del posible paisaje de su poseía para poblar las tres novelas que lo consagran y honran hoy precisamente al premio con el que se le honra. Hablo de personajes a la inglesa o lo Galdós, con guantes de dedos recortados, que no caben tanto en verso y piden prosa para vivir o desvivir a su gusto, como los que habitan entremeses de corrala cervantina o el loco lector que se atrevió a conquistar al mundo cruzando una madrugada los vastos campos de Montiel en La Mancha. Fernando del Paso es el sexto escritor mexicano en ser reconocido con el Cervantes, habiendo ganado una decena de otros premios de elevado prestigio, pero quien sobrevuela su obra descubre que se distingue particularmente por ser autor leído. Más aún, releído y escuchado. Así como miles de mexicanos lo descubrieron por las noticias que se leyeron en las noticias, no pocos españoles de la generación de la Transición lo conocían como la voz de la BBC de Londres y luego el hombre que hablaba de letras a través de Radio Francia Internacional. La voz que cruzaba fronteras por las nubes y llegaba a los oídos ávidos de quienes soñaban con el fin de una España en blanco y negro. Hablaba de música en colores, autores en inglés, poetas en francés y toda la herbolaria de la alta cultura que evadía censuras a través de la onda corta. Era como una onda psicodélica para un panorama pacato y persignado de perseguidos y pendientes; nada mejor que en voz de quien había sacudido no pocas conciencias en México al cuajar una novela de atrevida prosa y conciencia en papel como José Trigo. Nacido en 1935, Fernando del Paso pertenece a la generación que se hizo hombre en el medio siglo XX, cuando las promesas y postrimerías de la revolución mexicana se habían convertido en instituciones ejemplares, pero también en alargadas promesas incumplidas. Con José Trigo, Del Paso escribía la voz de un fantasma en la ciudad y el coro de los conflictos. Nombre-título como Pedro Páramo, José Trigo es el llano lleno de edificios, la ciudad donde desfilaban en huelga los desheredados de tanta sangre, al filo de Tlatelolco. Del Paso ponía palabras a la polución y al populacho, a la neblina de un doloroso descalabro que parece prosa automática, murmullos en párrafos sueltos, preconizando eso que hoy día —medio siglo después— confunde y duele tanto a Brasil: declararse anfitrión de Olímpicos Juegos y Mundiales de Balón Inflado en esa cíclica lotería del desconcierto de las naciones que aspiran a ser del Primer Mundo habiendo hambre en los campos y harapos en las calles. En José Trigo reclaman justicia con su huelga los ferrocarrileros de un país que hoy, medio siglo después, se quedó sin trenes. Del Paso quiso estudiar Medicina y dice que renunció por aversión a las vísceras y sangres en directo, lo cual no impidió que se lanzara a la confección de una segunda novela en 1977 que retrata la vida de Palinuro de México, estudiante de Medicina que vive en amasiato con su prima Estefanía en el cuadrángulo enigmático de la plaza de Santo Domingo, antiguo refugio de la Inquisición en tiempos de la colonia, bajo cuyos portales subsisten hasta el día de hoy los escritorios públicos donde evangelistas a destajo escriben cartas para todo analfabeto que solicite documentos legales o cartas de amor furtivo. Palinuro de México es un collage barroco y onírico, mural vocálico donde se entremezcla la memoria de sus propias andanzas de estudiante en el vecino colegio de San Ildefonso con las ilusiones enloquecidas de un aspirante a curador de almas y cuerpos. Luego, en 1987, Noticias del Imperio cristalizaría la finísima ebanistería del escritor barroco, el cronista literario de una época que había sido velada en amnesias por la aburrida prosa de un montón de historiadores. Se trata de la confirmación de un ánimo popular en donde tanta glorificación en bronce de Benito Juárez y la heroica defensa de la soberanía nublaba la incomprendida desgracia del efímero emperador Maximiliano y su tierno amor, Carlota Amalia. Un noble austriaco vestido de chinaco dictando bandos en todas las lenguas indígenas y una princesa de Bélgica que termina enloquecida, durmiendo con un muñeco anatómicamente correcto de su rey (fusilado en Querétaro) en habitaciones cercanas al Papa nada menos que en el Vaticano. La Loca Carlota que en el corrido era cantada con narices de pelota, que murió ya entrado el siglo XX, con luz eléctrica y Chaplin en pantalla, era la protagonista de hechos en crudo como auténtico bombón más que apetecible para el azoro literario, pero nadie lo cuajaría mejor que Del Paso, orfebre y erudito como lo prueban sus ensayos y sus crónicas, ambos ya antologados en libros de sus muchas lecturas y muchas ideas en torno a temas tan diversos como el islam o los laberintos de Escher, el judaísmo o la música clásica, sus pinturas al óleo y en el recuerdo, pero quizá el libro con el que deberían empezar a recorrerlo los nuevos lectores que han de viajar a Del Paso ahora que se le reconoce con el Premio Cervantes sea precisamente Viaje alrededor del Quijote (2004). Del Paso es de los pocos que han reparado en guiños no tan obvios que hizo Cervantes para la noche de los tiempos, quizá enjaulados como leoncitos para el atrevido que se lanza a la disección, autopsia y resurrección de párrafos inmortales, supuestamente intocables. En su viaje en torno al Quijote, Del Paso se pregunta como niño que lo lee siempre por primera vez en dónde estaba de veras esa biblioteca del loco Alonso Quijano y cómo es que la tapiaron su ama y la criada. ¿Será que un verídico encantador logró desaparecer esa habitación, incluso en los planos que han trazado posteriores estudiosos de ese capítulo cervantino? Del Paso es de los pocos lectores que se atreven a hilar que ese Álvaro de Tarfe que aparece en la gloriosa segunda parte del Quijote es nada menos que invento del nefando Avellaneda, santo patrono de plagiarios, resucitado en tinta por el ofendido Cervantes para descalabro de todo usurpador y gloria de la mejor historia jamás contada. Viajar con Del Paso alrededor del Quijote es andar despacio con un viajero que se convierte a su vez en un abierto continente de palabras, un escritor que a partir de este abril cumple cabalmente con la dosis que recomendaba Alfonso Reyes para todo autor mexicano: ser generosamente nacional y provechosamente universal. Un autor como paisaje de versos, óleos encendidos de luz, lecturas en contagio constante y por lo menos tres novelas que seguirán siendo, ya para siempre, noticia. Me ha parecido muy interesante Imagen de Venus creada con fotografías de la sonda Venus Express. ESAEl 1 de marzo de 1966, justo hace medio siglo, una máquina construida por humanos se posó sobre un planeta extraterrestre por primera vez. La sonda soviética Venera 3 había partido del cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán, el 16 de noviembre, y tenía previsto aterrizar sobre Venus para enviar información desde su superficie. Sin embargo, el sistema de comunicación falló y los científicos se quedaron con las ganas de saber qué sucedía bajo la espesa atmósfera venusiana. La sonda pesaba una tonelada y estaba preparada para realizar mediciones de temperatura, presión y composición de la atmósfera del planeta. Aunque no cumplió todos sus objetivos, aquel artefacto, lanzado durante los años más intensos de la carrera espacial, abrió el camino para la exploración soviética de Venus. Un año después, la sonda Venera 4 se convirtió en la primera nave espacial en medir la atmósfera de otro planeta, y en 1970, la Venera 7 logró aterrizar sobre Venus y fue la primera sonda en transmitir información hasta la Tierra desde otro planeta. En 1982, las sondas Venera 13 y Venera 14, las últimas del programa, enviaron las primeras imágenes en color desde Venus, mostrando,según titulaba EL PAÍS el día que se presentaron los primeros datos de la misión, “un desolado paisaje gris y marrón formado por rocas de basalto”. Ninguna sonda ha logrado jamás sobrevivir sobre Venus más de dos horas Después del Sol y la Luna, Venus es el astro más visible desde la Tierra. La exploración espacial mostró que aquella estrella era en realidad un planeta similar al nuestro, pero que había tenido una evolución que lo había convertido en un mundo infernal. Cuando se internaban en la atmósfera de Venus, compuesta principalmente por dióxido de carbono, las sondas como Venera se tenían que enfrentar a vientos de 400 kilómetros por hora y nubes de dióxido de azufre y ácido sulfúrico. Sobre la superficie del planeta, sondas como las Venera han medido una temperatura media de 462 grados y una presión de más de 90 bares, la misma que hay a 900 metros bajo el mar. Las naves diseñadas por los soviéticos eran una especie de batiscafos que nunca lograron sobrevivir más de dos horas en aquellas condiciones. Tras aquella época de exploración intensa, el número de sondas enviadas a Venus no fue tan abundante. Una de las más recientes ha sido Venus Express, de la Agencia Espacial Europea (ESA). Esta misión, lanzada en 2005, estuvo funcionando hasta el año pasado y ha sido la misión más prolongada de la atmósfera de Marte. El estudio de las dinámicas de aquel planeta, con un caso extremo de calentamiento global, puede proporcionar enseñanzas para entender procesos parecidos en la Tierra. Patrick Martin, jefe de las misiones Mars Express y Venus Express de la ESA, destaca la importancia del trabajo de esta última sonda para completar el conocimiento del planeta. “Sin esta misión, que ha estudiado con detalle la dinámica atmosférica y ha descubierto señales de vulcanismo, estaríamos como hace 20 años en el estudio de Venus”, explica. Sello soviético de 1966 conmemorativo de la Venera 3 Martin reconoce que en los últimos 20 años Marte le ha ganado la batalla de la atención a Venus. “El objetivo final de llevar misiones tripuladas a Marte ha impulsado una serie de misiones robóticas mucho más importantes”, señala Martin. Según él, aunque la tecnología actual permitiría construir robots de exploración que sobreviviesen sobre la superficie de Venus durante mucho más tiempo que las que visitaron el planeta en los 80, el coste sería excesivo. “Por eso creo que es más realista pensar en enviar globos”, indica el científico de la ESA. En cualquier caso, con una u otra tecnología, está convencido de que las misiones a Venus continuarán. Recientemente, Japón colocó en la órbita de Venus la sonda Akatsuki, el único satélite que estudia el planeta en estos momentos. Cincuenta años después de la llegada de la Venera 3, el interés por ese planeta hermano de la Tierra echado a perder ha cedido frente al desierto marciano, pero seguirá siendo un mundo especial. Es el único planeta en el que el sol sale por el oeste, que tarda más en girar sobre sí mismo (243 días) que en dar una vuelta alrededor del Sol (224) y el único que tiene nombre de mujer. Y suele ser también el único capaz de hacerse visible por encima incluso de las luces de las ciudades. Estos libros fueron escritos por J.K Rowling y a pesar de ser conocidos por ser libros para niños, son recomendables para todas las edades ya que son extremadamente interesantes. Las aventuras y experiencias nuevas que viven los protagonistas no sólo son sorprendentes, si no que también la manera en la que los libros están escritos llaman la atención y hacen que no puedas parar de leer. Merece la pena gastar un poco de tu tiempo sumergiéndote en estos siete libros.
Un sitio precioso para visitar es Galicia. El tiempo, la playa, la gastronomía... Yendo ahí siempre puedes pasar un tiempo maravilloso!
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